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◖ 02 ◗  

ALEJANDRA.

Decían que los ojos eran las puertas del alma, que mediante ellos conocías a las demás personas.

Bueno, en ese momento su mirada me acechaba de tal forma que parecía como si me estuviera estudiando. Sentí como si comenzara a saber todo de mí… mi pasado, mis tormentos, mis secretos y miedos, como si yo fuese su próxima víctima y él ya supiera qué hacer o decir para atacar.

Si lo que decían era cierto, entonces estaba perdida, mi paciente podía ser una persona con todo poder sobre mí sin siquiera poder evitarlo.

Pero, ¿Realmente debía de creer en todo lo que los demás decían? No, me negaba. Sabía que si mi respuesta era otra, seguiría sobrepensando todo una vez más y eso no me ayudaría en absolutamente nada.

No podía dejarme llevar por las frases de otros, era  una mujer adulta que sabía qué cosas eran ciertas y qué no. Era una persona que amaba ayudar a los demás; le gustaba su lugar de trabajo y había atendido a otros pacientes que desde el momento uno se mostraron con más temperamento y brusquedad.

Relájate, Alejandra, el día apenas y está comenzando.

Víktor seguía con su sonrisa triunfal cuando respiré hondo.

Debía de olvidarme de todo y empezar de cero; adiós frases que no parecían der ciertas, hasta luego problemas fuera del trabajo. Hola energía positiva para dar inicio con mi nuevo caso.

Pero, la verdad era que, por más que me diera palabras de aliento, nada quitaba la inquietud que había en mi ser. Me sentía observada desde todos los puntos que fueran posibles dentro de la sala, una corriente electrificante avanzaba desde mi cabeza hasta perderse en mis pies y volver a subir para hacer el mismo recorrido.

Mi cuerpo permanecía rígido y mi vista se perdía en la intensidad con la que mi paciente me miraba. Sus ojos estaban clavados en los mios de una forma que, en otro momento, me hubiera gustado sentir.

Él, con su grandeza, expresando su autoridad e independencia en cada rincón de la habitación, liberando su actitud prepotente. Entretanto yo, aferrandome levemente a mi bata médica, dejando mis nudillos blancos debido a la presión con la que apretaba la delgada tela que cubría mi cuerpo un tanto tembloroso.

Un depredador arrinconando a su presa, así nos describiríamos en ese instante.

Todo me estaba saliendo mal desde esa mañana y lo sabía, pero no creí llegar nunca al límite de sentirme un poco aterrada por culpa de la presencia de un paciente. Minutos habían pasado desde que lo vi y ya no quería saber nada de él.

Heber sabía cómo debía de actuar para dejarte con los pelos de punta. Su aura oscura y tenebrosa parecía un cartel de neón, enorme y brilloso con la palabra «stop» escrita en grande.

Tenía una chispa en sus ojos imposible de descifrar, como si estuviera ocultando algo que no debías de saber, pero que a su vez te incentivaba a que lo descubrieras. Un suceso un tanto escondido para la vista de cualquiera. Una cosa que cambiaría la forma de pensar de todo el mundo. Y sin importar el tiempo que me llevase, lo hallaría estaba segura que lo haría… su personalidad e intensión de querer dar miedo no podrían conmigo.

Eres más fuerte e inteligente que él.

Eso era lo que me decía mentalmente.

Porque nada podía evitar que hiciera mi trabajo, ni mi inquietud, ni su locura. Estaba preparada para afrontar cualquier situación que llegara a suceder. Lucharía ante todo, porque ese era mi deber: ayudar a los que me necesitaban.

Debía de decirle adiós al pánico de conocer algo nuevo, porque sabía que no había nada de malo en ello.

Su sonrisa cambió a ser una carcajada llena de burla y comenzó a negar con la cabeza, ¿Qué le pasaba? ¿Qué le causaba tanta gracia? No había pasado nada en ese lugar, ni siquiera habíamos dicho algo como para que actuara de esa forma. A no ser que tuviera un superpoder y que leyera los pensamientos de los demás, pero eso era imposible. Nadie tenía la capacidad de algo así, era algo no natural. Algo solo apreciado en las películas, en la ciencia ficción.

Era absurdo siquiera pensar que podía leer mi mente, eso no pasaba en la vida. Tal vez el caos desde que la mañana había iniciado me estaba pasando factura, la sal en mi café a lo mejor hizo un extraño y confuso efecto en mi sistema nervioso. El miedo de llegar tarde por primera vez, después de tener tantos años trabajando en ese lugar, aun seguía recorriendome por eso estaba a la defensiva.

Esa era la razón por la cual estaba actuando de esa forma, mis sentidos estaban activos de sobremanera y eso estaba causando que pensara todo diferente a como lo haría habitualmente.

Todo tenía una explicación lógica.

No podía dejarme llevar por los pensamientos erróneos que me mostraba mi cabeza, debía de evitar toda situación que me llevara a sentirme incómoda en ese lugar.

Tenía que ser fuerte, era una mujer hecha y derecha y no debía permitir que una cosa tan mínima me afectara.

Deja de pensar tan extremadamente las cosas, Alejandra.

De repente dejó de reír y continuó con los pequeños golpes en la mesa. Otra vez… desde ese momento, odié ese sonido.

Era molesto y mataba toda inspiración que debía de tener cuando comenzaba un caso. El constante repiqueteó provocaba que mi pensar no llegara a ningún lado en concreto. Tampoco dejaba que me concentrara y entendiera que estar ahí no estaba mal, que estaba protegida y nada malo podría pasarme.

¿Verdad?

Negué con la cabeza.

Había empezado con el pie izquierdo el día, el sonido molesto me fastidiaba, pero eso no era razón suficiente como para llegar al extremo... debía de respirar y centrarme en la posición en la que estaba.

Un paciente y una profesional.

Una vida repleta de demencia contra años de experiencia laboral. Diversas personas siendo libre de sus problemas mentales y todo gracias a mí. No había forma de evitar eso.

Nudillo contra metal...

La carpeta con los nombres de mis anteriores pacientes estaba llena de hojas, con su descripción personal, sus problemas y una simple frase al final: «su recuperación ha sido exitosa».

Todo eso debía de darme la razón, yo podría con lo que tenía en frente... yo obtendría otra victoria.

Otro golpe.

Nuevamente, respiré hondo, debía de controlarme.

Me frustaba tanto ese sonido, que tuve que morderme la lengua para no pedirle a gritos que se detuviera.

— Cabrera, ¿Sucede algo?— habló Campos.
Desvié mi mirada del paciente hacia él, por un instante me sorprendió el tenerlo a mi lado, hasta que caí en cuenta en dónde había permanecido desde que llegué.

Aún estaba cerca de la puerta, al parecer no pude moverme después de que Víktor me mirara. No podía comprender con claridad el por qué no había avanzado.

Quizá era por el sonido inquietante, o los malos pensamientos que corrumpian mi cabeza. Pero fue como si mi cuerpo quisiera salir corriendo de esa habitación lo más rápido posible y por ello no había avanzado.

— No… solo estaba observando el lugar.— mentí.

Ese día las mentiras eran la solución.

¿Qué más podía hacer? No le diría que estaba paranoica, no le diría que con tan solo verlo quería dejarlo todo y huir lejos de allí. Que desde que desperté las palabras “sobrepensar las cosas” estaban escrita en mi mente.

Tampoco hablaría sobre lo que él me daba a entender con cada segundo que permanecía allí, ese instinto de protección se había activado en cuanto pisé esa sala. Pero aún así no me mostraría débil, mucho menos afectada porque sabía que eso sería un error de mi parte.

Era fuerte y había pasado por cosas peores que esa. Heber no podría conmigo, por más que me mirara de la forma en la que lo hizo… por más que su sonrisa solo transmitiera maldad. Lo negativo pasaba a ser positivo de una forma u otra, con Víktor no sería la excepción. Mi paciente sería una persona renovada en cuanto pudiera cumplir con mi trabajo sin problemas.

Aunque quisiese o no, las cosas iban a cambiar para nosotros.

A pasos lentos me acerqué a la mesa, corrí la silla hacia atrás y me senté frente a él. Estiré mis brazos, hasta que mis dos palmas quedaran tocando la fría y lisa textura del mueble. Su mirada estaba perdida en sus manos, observando como sus nudillos golpeaban el metal, provocando ruido.

— Heber, ¿Cómo estás?— le pregunté, tratando de comenzar un diálogo.

— Cabrera… eso es algo que no se le pregunta a alguien que está encerrado en este lugar.

Haciendo una mueca, asentí aunque él no pudiese verme.

Había sonado tan estúpido lo que le había dicho, ¿Quién podía iniciar una conversación de esa forma? Al parecer solo yo lo hacía. Los nervios me estaban matando y quitando la poca concentración que aun mantenía.

Siendo sincera, sí quería saber cómo estaba. Cómo se sentía el estar todos los días allí dentro, siguiendo la misma rutina, pasar semanas sin poder sentir la calidez del sol pegando directamente sobre su piel. Me intrigaba mucho la situación en la que se encontraba cada uno de los pacientes, por lo tanto siempre que tenía la oportunidad hacia un leve interrogatorio para así poder conocer un poco más sobre sus sentimientos.

¿Podían olvidar ciertas texturas después de tanto tiempo? ¿Serían introvertidos con la sociedad cuando salieran de allí?

Quizá nada cambiaba y seguían siendo los mismos, pero eso no evitaba que preguntas nuevas aparecieran todos los días. Estaba tan metida en mi trabajo que cuando llegaba a mi casa lo único que pensaba era en qué pasaría con cada uno de ellos cuando mejoraran, o cómo habían sido antes de ingresar al psiquiátrico.

Si no estarían enfermos, ¿Qué sería de sus vidas? ¿Serían personas importantes o simples como yo? ¿Cómo sería tu actitud ante el mundo?

Entre tantas preguntas, estando allí se creó una diferente a todas las demás:

¿Cómo era Heber antes de que la demencia se apoderara de él?

Cada paciente tenía su personalidad, y quería conocer la de Víktor completamente. Me imaginaba muchos momentos diferentes, uno que otro erróneo, de cómo era su vida antes. ¿Tenía familia? ¿Amigos? ¿Era casado? ¿Trataba bien a las personas? Quería saber qué tanto había escrito en su libro de vida, si habían sonrisas o lágrimas. Si existía algún sentimiento bonito antes de que todo se transfomara en maldad.

Deseaba conocer al Víktor de años atrás, aquel que era bueno, o por lo menos quería creer que era así.

Pero al recordar sus palabras supuse que estaba haciendo un escenario diferente al que en realidad era, a lo mejor la actitud de Heber siempre había sido de esa manera.

Una persona prepotente, que hacía y decía lo que se le ocurriese.

Y tal vez no había comenzado correctamente, pero había tiempo de cambiar el rumbo de la situación. Mis palabras no fueron las adecuadas, pero todos cometiamos errores algunas veces.

Cerré mis ojos y conté hasta tres.

Bien, tomemos otro camino y apliquemos una técnica diferente.

— Solo era cortesía.— mentalmente anoté no volver a preguntar una cosa como esa— Dime, ¿Qué has dicho cuando llegué? Hablaste alemán. — recordé, enfocando mi mirada sobre él.
— Mi locura, eso fue lo que dije...— dejó sus dedos quietos, y me observó— Usted es mi locura.

Si en ese momento no me hubiese encontrado en mi lugar de trabajo, podía segurar que me hubiera reído a carcajadas frente a él sin importarme si le molestaba o no.

¿Su locura?

Su locura estaba en su cabeza, a la razón la había perdido hacia tiempo y con eso me lo confirmaba.

Estaba loco, yo no era locura… yo era cordura. O eso creía.

No, no debía de haber duda sobre ello.

Si dudas de tu poder, le das poder a tus dudas.

Maldición.

Era mi profesión, algo que llevaba forjando desde hacia muchos años. No podía cuestionarme por todo simplemente por las palabras que un paciente dijera. Simplemente eran frases dichas al azar, no debían de crear un mundo en mi mente que no era.

Yo tenía los pies en la tierra, nadie tendría que poner en duda mis habilidades.

Suspiré.

— No entiendo por qué lo has dicho, pero está bien.— me encogí de hombros— De todas formas no tiene importancia. Cuéntame de ti.

— ¿Qué le cuente de mí?— asentí con la cabeza— No hay nada que contar. Estoy aquí encerrado desde hace ocho meses, lo demás está escrito en el historial que se supone tendría que tener, doctora.

Muy inteligente.

Sí, tenía razón pero era el primer día y no hacia falta llevarlo. Solo estorbaría. Además su historia estaba incompleta, y quería que él me la contara con lujos y detalles. Que pasara horas platicandome de cada etapa que había en su vida, cada suceso que lo había llevado a estar en ese lugar.

Como siempre la idiotez humana haciendo su aparición. Nunca había que buscar saber de más si no estábamos preparados para obtener la verdad por completo. No se sabía con claridad lo que se podía encontrar al terminar.

El final del túnel no siempre era la salida, a veces podía ser la entrada a algo más oscuro.

— No hace falta traerlo.— le aseguré— Quiero que hables tú, no quiero leer y…

— Vaya, una psicóloga perezosa que no quiere leer.— me interrumpió— Si no le gusta leer debió de pensarlo bien antes de estudiar una carrera donde lo primordial es la lectura.

— Tal parece que tienes conocimiento de lo que es la psicología.

— Todo el mundo lo tiene.— fue su turno de encogerse de hombros— Solo hace falta ingresar en Google, buscar información y ya sabes la respuesta.

Era una verdad a media, pero estaba usando su cabeza, eso si era interesante. Estaba loco pero sí sabía lo que tenía que hacer para tener la última palabra.

Y aunque eso me molestara en cierta forma, lo dejé pasar. Debíamos de comunicarnos y si tenía que hacer a un lado mi profesionalismo para permitir que él pusiera su autoridad como quisiese allí, lo haría, sin objeciones. Aunque no sabía con exactitud cuánto duraría, tampoco tenía la intención de dejarlo hablar de más.

— Dejemos de hablar de mi carrera y sigamos en lo que estábamos. Cuéntame tu historia.— repetí, esperando que esa vez sí contestara.

— No lo haré… no contestaré lo que quiere.

Eso iba a ser difícil, además de inteligente era necio. Pero recién comenzábamos, no había forma de que su terquedad durara para toda la vida.

Si él era terco, entonces yo lo era aun más gracias a los genes de mi padre.

Me le quedé mirando con el ceño fruncido.

Lo único que tenía que hacer era hablar sobre él, ¿Tanto le costaba? Era lo más sencillo del mundo. ¿Por qué no lo veía de una forma diferente? Estaba a la defensiva, sin prestar atención a que eso podría ayudarlo.

Todos necesitaban, en algún momento, a una persona que los escuchara, que les permitiera dejar caer todo lo que les atormentaba sobre sus hombros. Que les aconsejara para bien y que ellos sintieran la seguridad de que nadie más, aparte del oyente, sabría de lo antes hablado ¿Por qué Víctor no hacia eso?

Yo quería ser el soporte de todos mis pacientes, aunque no aceptaba que alguien fuera el mío.

— No se dará por vencida, ¿Verdad?

No, no lo haría.

De eso se trataba el ir todos los días al psiquiátrico; pasar horas platicando de todo y a la vez dejando que ellos mismo se sintieran un poco mejor. Quitando la oscuridad en pequeñas medidas, hasta que ya no quedara nada de ella en sus vidas.

— Solo quiero saber de mi nuevo paciente, ¿Es mucho pedir?

— Sí, lo es. Si se trata de mí, sí es mucho pedir.

De acuerdo.

Al parecer la buena suerte que había obtenido se acabó, él no quería hablar de su pasado y ya era tiempo de mostrar bandera blanca aunque no deseara hacerlo. Tampoco iba a obligarlo a hacer algo que no quisiese, había límites y no los propasaria.

— Bien, ¿Entonces de qué hablaremos? — quise mostrarme vencida ante su actitud.

— De nada. Termine la sesión, vuelva a su hermosa casa y déjeme en paz.

— Sabes que no puedo hacerlo. He venido a ayudarte y no me iré tan fácil.

— ¿Usted ayudarme a mí?—preguntó, con burla.

— Sí.

— Antes de ayudar a otros, tiene que ayudarse a usted misma.

— No necesito ayuda. Yo estoy bien.— le aseguré.

— No, no lo está. Así como quiere conocer la mente de las demás personas, también debería  conocer la suya.

— Yo conozco mi mente…

— Suena dudosa.

— No es verdad.

— Ya lo veremos.— sonrió— Cuenteme de usted… Alejandra.

¿Qué?

Sabía mi nombre, ¿Cómo era posible? En ningún momento se lo había dicho, ni siquiera el guardia lo dijo. ¿Acaso lo adivinó? ¿En verdad tenía el superpoder de leer la mente de los demás? ¿Ya había terminado de estudiarme mediante mis ojos?

Centrate.

Miré sobre mi hombro y vi a Campos con las cejas arqueadas, su mirada era de sorpresa. Bien, él estaba tan confundido como yo.

Inconcientemente me pregunté si con anterioridad había hecho una cosa así, ¿Había adivinado los apelativos de otras personas o yo era la primera? ¿Qué otra clase de habilidad tendría oculta? ¿Qué más podría saber de mí?

No quería ni siquiera imaginarlo, ya con solo haberlo escuchado llamarme por mi nombre me había asustado, aun cuando traté de no seguir esa sensación chocante que invadió todo mi cuerpo.

Eso era otra añadidura para saber que Víktor era alguien con quien debías de tener cuidado. Aunque recién lo conocía demostraba ser impredecible, podía sorprenderme con cualquier cosa para que me quedara pensando.

Era muy astuto.

— ¿Cómo sabes mi nombre?

— Tiene cara de Alejandra…

— ¿Ahora sabes cómo se llaman los demás solo con verles la cara? ¿Qué vendrá después? Vendrá…

— La locura.— me interrumpió— Conocerá la locura… como los otros.

— ¿A quiénes te refieres?— indagué, un tanto insegura.

— A los que estuvieron antes de usted, ¿No se lo han informado? Desde que estoy encerrado, han venido muchos psicólogos pero todos terminaron como yo, locos.— lo contaba como si fuera su logro más grande, con una enorme sonrisa en su rostro— En los últimos ocho meses, por aquella puerta.— dijo, señalando el objeto metálico que estaba a un lado de Campos— Han entrado más de veinte de sus compañeros, y ninguno puedo conmigo. Todos creyeron que su carrera podía salvarlos de la locura que tenían guardada en su cabeza.

En ese momento entendí por qué no me habían dicho nada sobre él. Víktor parecía poderoso con su demencia. Era audaz, mostrando las razones necesarias para ser temido. Dando a entender que no cualquiera era rival suficiente para él.

Heber era como un rey apropiándose de otros reinos para ser el único gobernador, aprovechando el poder que poseía para obligar a los demás, o en ese caso, irrumpir en sus mentes para que sus pensamientos cambiasen. Mostrando frente a todos que se encontraba en la cima de la jerarquía, sin temor alguno.

Él mostrándose como el centro del mundo, y yo queriendo, de una forma u otra, llegar hasta allí. Evitando chocarme con ciertas cosas que dañaran todo lo que había construído a lo largo de mi vida. Deseando escarbar hasta encontrar rastros de lo que necesitaba saber: el por qué Víktor era de esa forma y por qué había sido internado.

Apenas y habíamos iniciado, y yo ya quería saber más de lo que debería. Estaba apresurando las cosas y sabía que eso no estaba bien.

Todo a su tiempo, decían.

Algo que no podía cumplir, no en esa situación. La confesión de mi paciente me había caído como un balde de agua helada, electrificando cada sistema nervioso de mi ser. Dejándome completamente en la nada, con solo un pensamiento: ¿Cómo había logrado tal cosa?

Si era verdad que los anteriores a mí habían terminado de esa forma, ¿Cómo lo hizo? No había explicación, no hallaba algo que me diera la respuesta. Tampoco fui capaz de comprender por qué Léonard me había enviado a mí. Si ya habían estado más de veinte en mi lugar, ¿Qué estaba haciendo yo allí?

Era buena en lo que hacía, pero si los otros no pudieron, yo tampoco lo haría. Teníamos diferentes métodos a la hora de trabajar, pero al finalizar terminabamos con lo mismo. No habían cambios, y que ellos tuvieran ese final no me favorecía.

¿Acaso me sucedería lo mismo que a ellos? ¿Ese seria el caso que marcaria el final de mi carrera? No, claro que no. Era fuerte y podría con Víktor Heber. Él no sería un oponente para mí. No me intimidaría tan fácilmente.

El peón le ganaría la batalla al rey, consagrándose el campeón.

— Los psicólogos no tenemos locura.— afirmé, con tranquilidad— Nosotros la estudiamos y…

— Salvan a las personas de ella, eso ya lo sé.— me interrumpió, otra vez— Pero todos tenemos un gramo de locura dentro… a que usted no lo quiera ver no es mi problema.

Su actitud prepotente me estaba cansando demasiado, tanto así que no sabía con claridad cómo responder. Estaba a punto de perder lo racional en mí y dejar que toda emoción negativa que se incrustó en mi ser desde que había entrado por la puerta, hiciera de las suyas. Desde el momento uno hizo cada cosa para molestar: el ruido con la suela de sus zapatos provocó que Campos se irritara, su manía de no querer hablar sobre su pasado me había cansado. En ese instante, yo estaba en su mira, y él intentaba fastidiarme con sus palabras.

Mi mente hizo click.

Eso era lo que él quería conseguir, ¿Verdad?

Todo pensamiento erróneo que él estaba causando desapareció de un momento a otro, entendí que era lo que Víktor quería en realidad. Estaba tratando de hallar la manera de molestarme para darle fin a mi trabajo. Pero ese día estaba de mala suerte, no se lo dejaría tan fácil. Así como él le daba rienda suelta a sus palabras sin sentido, yo también lo haría pero de la única forma que sabía hacerlo: llevar a que el paciente hablara para conocerlo a profundidad.

Sonreí.

— Dejemos todo atrás y comencemos de nuevo.— propuse— Sé tu nombre, edad y lugar de nacimiento, ¿Qué más crees que le falte a la lista?

Lo vi apretar la mandíbula.

Bien, mi idea estaba funcionando.

— Nada.— contestó, volviéndose a cruzar de brazos.

— Incorrecto, falta mucho. Tienes que contarme de ti, aunque sean cosas pequeñas.— le expliqué, ganándome un bufido de su parte— Por ejemplo... ¿Color favorito?

— Negro.

— ¿Lo ves? No es tan difícil responder lo que te pregunto.— le mostré mi mejor sonrisa.

— No soy un niño, doctora, le conviene no jugar conmigo.— advirtió, y toda alegría en mí desapareció.

Lo macabro una vez más hacia aparición en el lugar, de un momento a otro el aire se puso pesado al igual que su mirada. Me sentí pequeña frente a esos ojos tan azules como la profundidad del océano, tan serenos pero a su vez mostrándose tan tormentosos. Me vi entre las olas que se movían de un lado a otro, hundiéndome hasta no poder más. Llevándome hasta la oscuridad, sin siquiera tener salida... quitándome toda posibilidad de vivir.

Me encontré observando tanto azul, que por un momento lo vi como el mejor color del mundo.

Sentí que me asfixiaba por un instante a medida que Víktor seguía sonriendo de esa forma tan particular.

Carraspeé tratando de hallar mi voz.

— Mi color favorito es el rojo.— confesé, apesar de que, quizá, no le interesaría.

— Bonita combinación.— para mi sorpresa lo vi asintiendo. Tal vez ese era un nuevo camino para iniciar sin problemas.

Sonreí.

Estaba satisfecha conmigo misma, había encontrado la manera de que mi paciente hablara un poco más. La comunicación era importante más en casos con esos. Mentalmente me felicitaba, mientras que me daba leves golpes en mi espalda.

Si mi madre me hubiese visto en esa situación, también sentiría esa emoción y estaría alegre por mí y mi progreso. De todo corazón, deseaba que estuviera orgullosa de su hija.

— Sí.— hice una pausa al no saber qué más preguntar— ¿Comida favorita?

El silencio fue abruptamente interrumpido por su carcajada.

Una muy fría, agria y sin emoción alguna.

Víktor echó su cabeza hacia atrás a medida que la movía de un lado a otro en forma de negación. Sus anchos hombros subían y bajaban, producto de su acción principal. Sin entender el por qué se reía, yo también lo hice.

Tenía que aceptarlo, su risa era contagiosa y a la vez aterradora. Un sonido sonoro, un tanto grave y con un toque de maldad.

— ¿Mi comida favorita?— habló cuando pudo calmarse, su rostro volvió a ser el serio de antes. — No tengo comida favorita.

— ¿Por qué?

— ¿Y todavía lo pregunta? Llevo encerrado aquí por meses, ya no recuerdo los sabores que amaba.

— El alimento aquí es bueno.— traté de defender algo que ni siquiera sabía si era verdad.

— No diría lo mismo si supiera que cada día varían de comida, pero que a la semana siguiente repiten lo mismo dependiendo el día en que se fue dado anteriormente.

Eso era una nueva novedad.

Por un momento creí que en el edificio alimentaban bien a los pacientes, tenía el pensar erróneo de que, tal vez, llegaban a preguntar sobre sus gustos para darles uno que otro placer a la hora del almuerzo o cena. Sabía lo importante que era un plato de verdura y carne para el cuerpo humano, también los beneficios que habían en solo una fruta. Ellos merecían tener, por lo menos, algo satisfactorio en su día.

El estar encerrado era suficiente como para también agregar una mala alimentación. Por un momento el pensamiento de que esa era una razón justa para el comportamiento excesivamente negativo de Víktor se cruzó por mi cabeza, pero lo descarté de inmediato.

Había algo más detrás de todo eso.

A pesar de que tuviera limitaciones para casi todo, eso no era explicación razonable para su actuar. Podía aceptar que el ser humano era malhumorado cuando no comía lo necesario, pero eso no significaba llegar al extremo en el que él se encontraba.

— Puedo hablar para cambiar eso.— propuse, sabía que Léonard me escucharía.

— No, ya me acostumbré.— y por primera vez vi duda en él... estaba mintiendo.

Nadie podría acostumbrarse a algo que no le gustaba, ni siquiera intentándolo.

Sin tomar en cuenta sus palabras, hablaría con mi jefe en cuanto tuviera tiempo. Tampoco me quedaría tranquila y sin hacer nada cuando yo también, si estuviera en su lugar, desearía tener algo saludable y con buen sabor todos los días.

— ¿Qué te gustaría comer? ¿Pizza? ¿Hamburguesa?— pregunté, tal vez si le conseguía lo que pidiera de cenar ganaría puntos con mi nuevo paciente.

— Cualquier cosa que no sea agria, que tenga sabor y que no parezca comida de hospital. Que no sea verde, ni viscosa, como si fuera mocos de niño con gripa.— contestó, haciendo una mueca de asco.

¿Verde y viscosa?

¿Mocos?

Casi pude visualizarlo.

Moví mi cabeza tratando de evitar pensar mucho esa imágen un tanto extravagante. Quizá el asunto de comida no me ayudó como esperaba, y me dio una vista algo desagradable, pero aun así no me daría por vencida. Habían muchos otros temas por abarcar.

— Sigamos en lo que estábamos, ¿Tienes familia?— indagué y él negó— Bien, ¿Qué tal fue tu infancia?

— No quiero seguir con esto, acabe la sesión de una vez por todas.— sentenció con enojo.

— Solo unas preguntas más...— aseguré— ¿Cómo era el trato de tus padres hacia ti?

Lo vi ponerse de pie rápidamente, y golpear con brusquedad la mesa.

— ¡Le dije que no quería seguir!— gritó con furia.

Me encogí en mi lugar.

Mi corazón bombeó más de lo habitual por el susto que eso causó, hacia tiempo que no escuchaba ese tono de rabia. La serenidad que por un momento había aparecido en el rostro de Víktor cuando había reído, se agotó. Sus ojos mostraban esa chispa de querer romperlo todo sin dudar.

Escuché pasos acercándose, y de un momento a otro vi a Campos a mi lado. Me tomó del antebrazo y me obligó a ponerme de pie.

— Alejese, doctora, es peligroso.— me habló, mirando seriamente a mi paciente.

Me moví solo dos espacios hacia atrás observandolo; sus puños estaban formados sobre el metal, su espalda rígida levemente inclinada hacia delante, su mandíbula firmemente apretada, los orificios de su nariz subiendo y bajando al igual que sus hombros por su rápida respiración, y sus ojos puestos solo en mi persona.

El tema de su familia no era algo que se pudiera hablar con él y eso era seguro.

— Lo siento, no debí preguntar eso.— me disculpé, liberándome del agarré del guardia.

Víktor suspiró pesadamente cerrando sus ojos, antes de dejarse caer sobre su silla una vez más.

Por un momento sentí pena por él, tal vez su infancia no había sido perfecta. A lo mejor sus padres no fueron los mejores del mundo, y por ello era de esa forma.

Quise volver a pedir perdón, pero cuando sus párpados se abrieron toda sensibilidad se esfumó como por arte de magia.

Allí estaba otra vez esa mirada escalofriante.

— ¿Puedo decirle algo, Alejandra? — habló.

— Sorpréndeme.— lo invité a continuar.

Quería saber qué más tenía para argumentar después del momento de enojo que había pasado. Estaba segura que me había maldecido de diferentes formas por querer saber de su pasado, de su familia. Quería escuchar alguna palabra diferente a las antes ya dichas, pero no sabía si podía salir un buen comentario de su boca.

Sin importar qué, lo necesitaba, quería encontrar alguna cosa que hiciera que mi mente se despejara. El recién hecho ya había sido olvidado, pero no esa sensación de que algo no estaba bien. Desde que entré en esa habitación todo había cambiado, incluso el aire. Parecía más espeso y pesado, o eso era lo que creía sentir. Mis extremidades estaban rígidas y alertas a cualquier amenaza, aunque no había ninguna a la vista.

Todo estaba extraño, como un mal sueño… y como todo mal sueño, había un detonante que lo empeora más.

Y eso fueron las siguientes palabras que Víktor dijo:

— Me divertiré mucho dañando su cabeza.— volvió a sonreír, satisfecho.

— ¿Crees que sea posible?— le pregunté hipotéticamente, volviendome a sentar— ¿Crees que puedas dañar mi cabeza y así llevarme a la locura?

No, claro que no era posible.

A diferencia de los demás, yo lograría encontrar cura para mi paciente. No permitiría que algo así volviera a suceder, yo sí lucharía contra él y con todo lo demás.

La cordura seguiría a mi lado en ese largo y conflictivo trayecto, y nunca me dejaría sola.

Estaba decidida, pero no se lo demostraría. Guardando únicamente para mí la confianza que tenía por mi trabajo y mi mente, quería que creyera que podía entretenerse a mi costa. Por esa razón le seguí el juego, y continúe con mis preguntas. Lo trataría como a un niño, dejaría que pensara que todo lo que él hablaba se cumpliría.

Pero su respuesta no me gustó para nada:

— No lo creo, estoy seguro. Podría hacerlo y ni siquiera se daría cuenta.— sentenció, sin dudar.

Colapsé por un instante, mientras que su comentario se reproducía una y otra vez en mi cerebro.

Mi cuerpo se congeló, sintiendo más frío de lo normal. Por impulso mi vista viajó por toda la habitación, intentando dar con otra salida, pero no la había. Apreté mis manos con fuerza, tratando de que no notara que estaba temblando.

¿Cómo era posible que unas pocas palabras tuvieran un efecto como ese?

Eso era mínimo a lo que había escuchado de otros pacientes, pero no sabía por qué reaccionaba de esa forma. Sus palabras tenían cierto efecto en mí, o tal vez así había sido siempre por esa razón los demás terminaron como lo hicieron... locos.

Miré su rostro, intentado controlar mis emociones, pero su sonrisa era tan maníaca que hacia que mi cuerpo se tensara.

No, eso tampoco ayudaba.

Todo lo que lo rodeaba tenía la palabra «peligro» escrita encima. Sus ojos azules se mostraban más oscuros que antes, y su aura negativa había aumentado de tamaño, al igual que la maldad que sabía que había en su ser.

Era una clara invitación a rechazar ese caso, y no meterme con Víktor.

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